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Previa Madrid-Barça

A falta de unas horas para el decimoséptimo partido del siglo, no conozco aún el equipo titular con el que saltaré a la búsqueda de un bar que lo retransmita, pero se van despejando algunas incognitas:
Mi padre. 51 años. Funcionario del Estado. Titular indiscutible. Lleva dos semanas preguntándome dónde voy a estar en la fecha señalada, dejando caer como el que no quiere la cosa que no me hacen falta amigos que me acompañen, que para esto está un padre y regateando las proposiciones ventajistas de mi madre que, a cambio de que la invite a una pizza, se sentaría a su lado en el bar dos horas (casi) sin rechistar. Bético radical, su filosofía futbolística viene inspirada por su padre, a la sazón mi abuelo, que se resume en que un tío más chico de 1,95 y menos de un metro de espalda no vale para el futbol. “O pasa la pelota, o pasa el tío, los dos juntos no”. En el duelo, se aventura que hará frecuentes comparaciones con jugadores béticos que en la vida jugarán un partido así, pero que a él no le alberga duda de que lo harían mucho mejor que los que salen en la pantalla. Mi presencia descarta la cena gratis de mi madre.
Mi amigo Je. Electricista. 30 años. Titular casi fijo. Con él he visto los últimos grandes duelos. Su presencia sólo es una incgonita por los turnos del Mercadona, donde trabaja la madre de su pequeña. No creo que la función de canguro sea compatible con humo y whisky. Mi amigo llegó un día insospechado cuando teníamos unos 16 años y proclamó a los cuatro vientos que él era del Valencia. Hasta ese momento yo pensaba que no le gustaba el fútbol. El año del Cádiz en Primera vimos casi todos los partidos y acabábamos borrachos como cubas. Pensé durante años que el alcohol era lo que nos unía delante del televisor, pero su transformación balompédica ha proseguido y ahora ve hasta los de la liga inglesa. Le gusta el arte en las botas y los que hacen muchas filigranas, y así intenta hacerlo en la play aunque siempre le meta el rabito, como yo le digo.
Mi amigo C. 27 años. Pintor. Reconocido aficionado madridista, ignoro si sabe que hoy hay partido. Su presencia dependerá de cómo terminase la comida de empresa del jueves en la feria. Si nos remitimos a años anteriores, mi amigo C. va ese día, se la pilla mortal, y luego no hay más feria hasta el domingo que lleva a los niños a los cacharritos. Como todos los años, el pasado jueves repetimos el protocolo. Ocho de la tarde. Llamada a mi móvil. Mucho estaba tardando. “Illo, dónde estás”. “En la feria”. “¡Qué me dices tío¡ Qué alegría más grande. Es que he tenido la comida con la empresa y estoy aquí de puta madre y te he llamado…”. “Pero en la de Sevilla tío”. “Ostias, cabrón”. La fatiguita que le tenga al whisky marcará su presencia.
Mi amigo J. 40 años. Informático. Más del Barcelona que el escudo. Se sabe las alienaciones desde Ramallets. Sería nuestro primer duelo juntos porque si el Barça ha ido mal se escaquea y si es al revés, soy yo, merengón, el que se pierde. De hecho, los biorritmos de nuestros equipos marca nuestra relación de amistad y sólo hacemos por vernos cuando sabemos que el uno no le va a pegar la brasa al otro. Así llevamos unos diez años. Esta vez ha sido mi nutrida presencia en los medios de comunicación al lado de los políticos la que he propiciado el contacto. “¡Illó que te he visto en la sexta¡” a lo que yo le sumé la invitación para esta tarde y él aceptó sin recelos. Los dos nos sentimos fuertes.
Mi amiga E. 33 años, creo. Artista y futura policía loca, digo, local. No me equivocaría si dijera que nunca ha visto un partido de fútbol y estoy seguro de que no sabe la que se avecina, pero una congregación de tíos rudos y cerveza por medio inclinaría su balanza hacia el “yo me apunto”. Posiblemente asista a los primeros diez minutos y luego se excuse cuando vea que nadie la echa cuenta. Su permanencia hasta el final dependerá de la longitud del escote del traje y de lo aburrido que sea el choque.

Así que con este quinteto, y a falta de las llamadas oportunas, presumo que viviré el encuentro. Lo de buscar una fuente para celebrar el resultado o bajar la borrachera, ya será más difícil, porque no recuerdo que en este pueblo haya alguna.