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Volver a casa

La semana decisiva de la que depende el futuro.
¿Todo un año estudiando para decidir todo eso en cuatro días? Me he olvidado de cómo estudiaba, pero recuerdo música y estar tumbado en la cama. Nada de bibliotecas ni mesas con flexos. Y miles de esquemas, rotuladores, carpetas, libros.
De mi selectividad me acuerdo sobre todo de Pascual. Recién nacido, se cayó por el hueco de la chimenea. Era un pollo de gorrión y lo adoptamos. Entre apunte y apunte, le daba pan migao en leche para que se pusiera fuerte. Cuando me aburría de estudiar, jugaba con él. Al levantarme a las siete de la mañana camino de Puerto Real, a la facultad de Ciencias del Mar para hacer los exámenes, lo despertaba para darle de comer. Era feo y canijo como un demonio el jodío.
Le hicimos un nidito con una caja de puros y lo poníamos a la sombrita en la ventana. Sin darnos cuenta, su cajoncito se iba llenando de ramitas y gusanos y nos preguntábamos de dónde salía eso. Vigilantes, vimos que otro pájaro se posaba en el nidito de vez en cuando, le traía bichos, y si nos acercábamos, escapaba y se posaba en un tendedero, siempre con la cajita a su vista.
Pasaban los días, los agobios y Pascual iba recuperándose. Hasta que apareció mi hermano en escena. Volvía de las pruebas de la mañana, mi madre no estaba y le pregunté por el pájaro, no estaba en su sitio. “Lo he puesto al solecito, para que se ponga morenito”. ¡En junio¡
Cuando fui a buscarlo, el pobrecito estaba tieso, como un pajarito. Lo metí en casa. No sabía que hacer y tiré por lo que había visto en la tele, los primeros auxilios. Sin pensar en si se había lavado los dientes después de comer oruguitas, empecé a hacerle el boca-pico, con cuidado para no reventarle los pulmones, mientras con una gasa con agua fría le iba quitando el sofocón. Mi hermano, to chico, empezó a llorar, inconsolable ante su primer pajaricidio. A la memoria se nos vino nuestra primera y última mascota, un perro como los de scotex. Finidi no quiso vivir más de tres semanas y se tiró a las ruedas de un Clio.
Hasta tres veces lo di por muerto, pero continué y, después de más de un cuarto de hora, el gorrión movió un ala. ¡Está vivo¡ Seguí y seguí, dándome el lote con el pollo (mi madre ya había llegado y flipaba viendo el rollete que le traía de nuera), hasta que lo salvé.
Dos días más tardó en recuperarse, mientras el otro pájaro, seguramente su madre, no se había retirado ni un momento del tendedero durante ese tiempo. Ya recuperado, volvió al nidito y la señora gorriona venga a traerle asquerosidades, hasta que un día, sin darnos cuenta, dejó la cajita vacía.
Los resultados de mi selectividad fueron buenos. Ahora me tocaba a mí volar de casa. Cómo elegí periodismo da para otro comentario. Y ahí vamos, consecuentes con la elección. Demasiado joven para estar cansado, demasiado viejo para echarme atrás. Pero en aquellos días de verano, cuando aún no sabía el derrotero que seleccionaría, hicimos una barbacoa en el jardín de casa para celebrar que había terminado de estudiar.
Era por la tarde y se estaba genial a la fresquita, con familia, amigos y sardinas en aceite. Al ir a la nevera a por más cerveza, un pájaro entró como pedro por su casa. Volaba alto y mis abuelos, sentados en la mesa, se asustaron. Me costó reconocerlo, venía guapo el tío con su plumaje, no era aquel pajarraco feo con el que me lié. Me acerqué y no le dio miedo. Comió jamón york de mi mano. Su madre esperaba en la puerta sin atreverse a entrar. Pascual estuvo el tiempo que consideró, se daría cuenta de que habíamos cambiado los cuadros de la cocina, y se marchó por donde había venido. Volver a casa, siempre da oxígeno.